Esperanza

Hay veces en que creo tener el privilegio de vivir dos vidas por el precio de una.

A veces camino por calles amargas recorridas por sombras sin alma, todas al acecho, todas vigilantes. Sintiéndome sola entre millones de personas caminando junto a mí, avanzando por la calle sin saber siquiera a dónde... sólo dando un paso, y luego otro paso. A veces creo que todos los poetas son amigos míos susurrándome al oído sus fantasías más reales. Otras veces, leo el periódico de mi ciudad a carcajada suelta, preguntándome de qué mente siniestra nació el guión de tan tragicómica novela.

A veces lucho por avanzar a través del pantano, sabiendo que después del lúgubre escenario de mi presente podré hallar mi torre de salvación. O más que eso, me sentaré a tomar el té bajo la sombra del árbol de la "ciencia, el bien y el mal" en mi propio paraíso. Porque lo habré encontrado. Y aún si en medio de la miseria del mundo no hallase mi paraíso, entonces lo inventaría.

A veces me convierto en mariposa y sobrevuelo el jardín de tulipanes, luego me desplomo groseramente convertida en cuervo, medio desplumada sobre la acera, para descubrirme otra vez en la ciudad de las sombras sin alma.

A veces olvido que esta, mi ciudad, no es esa ciudad. A veces me doy cuenta de que mi ciudad de mariposas olvidó mirarse al espejo, olvidó que es más bella y decidió imitar a la ciudad de los cuervos. A veces camino en la versión pequeña de la calle de las sombras. Entonces, quiero dejar de caminar.

A veces las cosas bellas aparecen de entre los escombros como esas pequeñas flores silvestres con vocación de sobreviviente, que batallan por no desaparecer del mundo aunque éste insista en aplastarles, y me dan esperanza... Aún más, me infunden ese soplo vital que me llena de fuerzas para alzar mi brazo y luchar por salir de la arena movediza con la convicción de que siempre son ellas, las pequeñas y aparentemente frágiles flores sobrevivientes las que renuevan todo lo bueno y lo bello de este mundo.