Por no leer la letra chica...

Ser mujer, contra las injusticias que nuestra sociedad pueda infringirnos, me parece una cosa estupenda. La sutilezas en lo cotidiano, la sensibilidad, la calidez en el trato, la empatía. Amo todas esas cosas de las mujeres y, por qué no decirlo, amo a las mujeres en general.
Me siento cómoda en mi cuerpo femenino y con mi mentalidad femenina, al punto de conocer mis defectos y saber convivir con ellos, porque como mujer, estoy conectada con quien soy.
Pero aún con lo maravilloso que puede ser, el hecho de ser mujer es como un contrato con letra chica, como un pack que se debe comprar entero aunque el otro lado no nos guste. Y no me refiero al tema de las injusticias laborales, la violencia doméstica o ningún tema de ese estilo.
Es la revolución del cuerpo, mes a mes.
¿Cuántas veces he vivido ésto? Da lo mismo, dudo que llegue a acostumbrarme. Pertenezco al grupo de mujeres que desaparecen del planeta una vez al mes, aquellas que sufren al punto de necesitar dormir y dormir porque nada aplaca las molestias y porque en ninguna posición nuestros cuerpos logran encontrar alivio. Este lunes tenía que hacer trámites. Los analgésicos me tenían al borde de quedarme dormida de pie, pero yo tenía que hacer esa filas cuando sólo quería encerrarme en mi pieza y no ver la luz del sol hasta que todo pasara.
Pero ser mujer viene con este agregado. ¿Que hacer? Aún con todo esto, y aunque una vez al mes llegue a dudarlo, me gusta ser mujer.